A los 23
¿Quién
imaginaría, y menos esperaría, que a los 23 años, justo la edad en que
la vida le estaba sonriendo como nunca, una noticia inesperada llegaría a
su vida?
En mi caso fue un hecho disfrazado, algo que nos sorprendió a todos: a mí y a quienes vivían alrededor mío.
Gradualmente mis habilidades se habían visto disminuidas. He dicho
alguna vez que pasó de la noche a la mañana, pero no fue así. Poco a
poco mis piernas habían dejado de responder como generalmente lo hacían,
al igual que mis manos y mi capacidad cognoscitiva. Hacía algún tiempo
ya que bañarse o cambiarse de ropa, levantar los brazos para intentar
hacer una coleta, incluso sostener una cuchara o escribir una línea, ya
fuera con un bolígrafo o con el teclado, resultaban una tarea titánica.
Qué decir de mantenerme despierta y activa la mayor parte del día.
Lo peor de todo fue el cambio de personalidad: parecía que la niña, la
adolescente, la muchacha… todas risueñas y alegres que por lo general
habían existido, hubieran escapado o estuvieran escondidas en algún
rincón del que no me dejaron noticias. En su lugar quedó una mujer
amargada, fúrica, intolerante, un ser desconocido que tenía miedo de
todo: de la lluvia, del sol, de los truenos, del viento…
Aquella niña que jugaba volibol, basquetbol, futbol, que trepaba a los
árboles, que paseaba feliz en bicicleta, que aprendía enormes poesías
completas en un santiamén, que obtenía los primeros lugares de
aprovechamiento, que tenía decenas de amigos; aquella muchacha activa
que era capaz de convocar a cientos de jóvenes, que contagiaba con sus
ideas, que perseguía la justicia, que abogaba por los desamparados,
aquella joven que era capaz de dirigir el trabajo de cientos de
personas, que era perfectamente capaz de tomar decisiones importantes,
de manejar enormes cantidades de dinero… todas ellas se convirtieron de
momento en un ente flotante, en un ser incapaz de reconocerse a sí
mismo, en alguien que no era capaz de dar un paso sin sentir que llevaba
una tonelada de plomo encima, en una “cosa” incapaz de razonar, de
tener un pensamiento claro, y, la gota que derramó el vaso: en alguien
que no fue capaz, el día más patético de su vida, de hacer una simple
suma…
…Y fue así como comenzó la historia. Siguió la visita al
médico, después las pastillas “sin razón” y sin saber para qué. Llegó
también la confusión, el interés inexplicable de los médicos, los
análisis incontables, el efecto de las pastillas, la subida de peso, y
finalmente el diagnóstico, y meses después, el despido del trabajo.
Después de eso vino lo obvio: la negación, la duda, el deseo de
escapar. ¡Pero por supuesto que no es lupus! Y si es, pues…no, no, no,
no me voy a dejar. ¿Y si no puedo ir a la playa nunca más? ¿Será que
nunca voy a volver a jugar voli, o a practicar otros deportes? ¿Podré
algún día tener hijos? ¿Alguien me querrá después de saber que estoy
“enferma”? ¿Podré volver a trabajar con la misma intensidad? ¿Me voy a
convertir en una carga para mi familia? ¿Me voy a quedar sin amigos?
¿Alguien entenderá de verdad cómo me siento? ¿Moriré joven? Seguro que
sí, pues he visto demasiados casos… ¿Cuánto me quedará de vida? ¿Será
que me voy a volver deforme como muchos…? ¿Y si mejor me callo, si
oculto mi enfermedad para no tener problemas en mis próximos trabajos, o
para que no me nieguen la oportunidad de trabajar? ¿Dios, mi vida jamás
volverá a ser la misma!
Demasiadas dudas, demasiadas conjeturas y preguntas sin respuesta, lo que empeoraba la angustia.
Pero a final de cuentas, con el tiempo comprobé que “no hay mal que por
bien no venga”. A partir de esta situación he recibido las mayores y
mejores lecciones de mi vida; he aprendido a amar como no lo había hecho
antes, aprendí a perdonar y a perdonarme, supe al fin que la vida no es
regalada, y que si aún sigo aquí, debe haber una razón de peso para
ello. A partir de esto comencé a VIVIR.
Después de eso pude
hacer lo que había dejado pendiente por años: estudiar mi carrera, cosa
que no resultó fácil, en absoluto, pero lo logré. He aprendido a vivir
de una manera no convencional, trabajo de manera independiente, dejé de
hacer muchas cosas, pero aprendí otras nuevas y soy feliz. Comprobé que
si nos lo proponemos podemos realizar lo que queramos, quizá hay que
modificar algunas cosas, algunos planes, pero se puede llegar a estar en
paz.
Gracias a eso que mucha gente llama “el enemigo
invencible” ahora cuento con los tesoros más grandes, aquellos que mucha
gente aun teniendo salud, fama y riqueza no tienen: cuento con mi
familia, con su amor, su cariño, pero sobre todo, con su apoyo y
comprensión, cosas que son invaluables. Tengo también el apoyo y cariño
de muchos amigos, de gente que sin yo esperarlo están al pendiente de
mí, y sin yo pedirlo me ofrecen su ayuda incondicional. Además, tengo el
amor más grande: el de Dios, que nunca me abandona.
Después
de haber vivido por algún tiempo en oscuridad casi total, de no ser
capaz ni siquiera de sonreír, la alegría, el entusiasmo por la vida, la
energía, han vuelto a plantarse en mi corazón. Después de haber
experimentado estar en el suelo me he dado cuenta y he entendido al fin
que aunque nos parezca muchas veces un cuento gastado, efectivamente,
todo está en la mente y todo es cuestión de actitud. Estoy consciente de
mi condición, sé que el lupus y yo, además del hipotiroidismo y otras
cosillas, quizá seremos compañeros por el resto de mi vida, pero ahora
sé que de mí depende no dejar que me dominen. He comprobado cómo el amor
de mi familia y amigos, pero sobre todo el amor propio, son las mejores
armas para combatir eso de lo que todas las personas que nos lo hemos
topado en el camino en algún momento renegamos.
Estas son las
mejores bendiciones que he recibido de la vida y no las cambio por nada
del mundo. Al fin y al cabo el lupus se ha convertido no en un enemigo
para mí, sino en “alguien” que llegó para regalarme una gran lección.
Deseo de todo corazón que quienes padecen mucho más encuentren paz
interior en algún momento, para así poder aprender a VIVIR de verdad,
aún en estas condiciones. Todo depende de ustedes, de nadie más. Dios
los bendiga a todos. Un enorme abrazo :D
Por Lety AP
HOLA... SOY MARCELA MI HISTORIA ES HACE 14 AÑOS QUE TENGO ESTA ENFERMEDAD LUPICA ESTA ENFERMEDAD ME A DADO UN DEPRECION MUY GRANDE YA QUE NO CUENTO CON MI FAMILIA SOLO TENGO AMI ESPOSO Y AAMIS DOS HIJAS QUE ME AYUDAN CON MI ENFERMEDAD CADA DIA SIENTO UN DOLOR MUY FUERTE PERO SIGO LUCHANDO ESTOS 14 AÑOS POR MIS HIJAS QUISIERA CONTAR CON UNA PERSONA CON MI MISMA ENFERMEDAD...
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